una escuela en Bolivia

“Yo tenía una granja escuela en África Sudamérica”
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En Agosto, para los #12pequeñoscambios nos propusimos una reflexión sobre la movilidad. Cuando uno piensa en el tema, se plantea lo insostenible que es llenar de coches nuestras ciudades y viajar en avión a lugares lejanos, dejando una gran huella ecológica a nuestro paso.

Y a mí, que me gusta mucho viajar y que desde que soy madre he dejado de usar el avión drásticamente (más por cuestiones económicas que éticas, para qué engañarnos) me ha hecho pensar en los grandes viajes de mi vida.

Porqué aquí la menda ha pasado por tres continentes, que no es poco. Y aún así siempre alargo mi wishlist de lugares para visitar. ¿Soy la única?
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Pero ¿se puede hacer turismo, sin convertir las ciudades en escaparates? ¿Se puede ser coherente con el cuidado del planeta y los ecosistemas? La masificación del turismo lowcost está matando a los barrios históricos de las ciudades.

Yo que viví 9 meses en el corazón de Alfama cuando aún no llegaba el metro a Santa Apolonia y subía al eléctrico 28 para ahorrarme subir la cuesta de la Sé. Me pone la piel de gallina pensar que desde el apartamento donde vivía, ya no se ve el Tajo, sino el camarote de la tercera planta de un barco crucero. ¿A dónde iran las 20 personas que se pasaban el día en el banco de la plaza haciendo poco más que vigilar a los locales y guiar algún turista despistado, ahora que pasan por allí las 300 o 400 personas que bajan a la vez de un crucero?

Antes de cumplir los 20, yo ya había cruzado el charco, en los tiempos en los que no había teléfono móvil y apenas enviabas tres líneas por e-mail cada 3 o 4 días desde un locutorio con una pésima conexión a Internet. Cuando las cámaras llevaban carrete y estirabas 36 fotos durante días para luego descubrir a la vuelta que todas salían quemadas.

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A los dos años volví a Sudamérica, a Bolivia. Esa vez me quedé dos meses y apenas viajé 6 días para poder decir que había estado en el salar de Uyuni. El resto lo pasé en un pequeño pueblo en la otra punta del país, construyendo una escuela de madera y adobe.

Vivíamos en la casa de una profesora que nos alquilaba un par de cuartos y un baño. Su mamá cocinaba para nosotros y su marido trabajaba de taxista en su tiempo “libre”, nos lavaba la ropa una chica joven del barrio, el mejor amigo de su hija me regalaba una papaya de su jardín siempre que podía.

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¿Lo mejor de ese viaje? ¿Lo que más recuerdo? El constructor que contratamos para ayudarnos. Tenía 7 hijos, era muy trabajador y nunca, nunca, perdía la sonrisa. Y una de las madres de la escuela, que curiosamente tenía también 7 hijos, todas niñas esta vez. Los dos vinieron cada día a trabajar en la construcción. Y nunca olvidaré la alegría, la sonrisa, el brillo en sus ojos y la fuerza que transmitían. 

Vivían en sendas casas de madera, de apenas 15 o 20 metros cuadrados, sin electricidad y con un solo grifo para las 10 personas que vivían en cada casa. Las niñas se bañaban sobre una piedra donde sólo cabía un pie. A la pata coja para no salpicarse con una arena rojiza que teñía hasta las ideas. 

Viajar y conocer otras culturas, debería ser eso. Recordar el brillo de una mirada que te llegó al corazón. Viajar sólo para tener la prueba fotográfica que has estado en un lugar, no tiene sentido. 
Tenemos monumentos, museos, paisajes bellísimos a una distancia asumible en bicicleta o andando que nunca visitamos.
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¿Qué sentido tiene viajar a la otra punta del mundo para hacer poco más que ir a la playa, al parque y a comer un helado, o acabar cenando una pizza en el hotel? ¿Por qué no aprendemos a disfrutar de esas cosas haciéndolas a un paso de casa?

Este año trabajo en agosto. Mi propósito de este mes será disfrutar la ciudad cómo si fuera la primera vez que la piso. Empaparme de cultura y valorar las pequeñas cosas que salen de la rutina y huelen a “vacaciones” Una visita guiada, un paseo en bicicleta, el atardecer des del campanario, subir a una colina para ver la lágrimas de San Lorenzo, un picnic en la playa…

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Buscar en mis hijos ese brillo en los ojos de la ilusión que no capta ninguna fotografía de viaje. Qué no necesiten recorrer 20000 km en avión para encontrarlo. Me gustaría que aprendieran que esa es la única huella que deben dejar en los lugares a los que viajen.

pd: Mar está inundando su instagram de ideas para hacer este verano #thingidoforme #radicalselfcare #vacacionesdeverdad dedicándose momentos a uno mismo y acomulando recuerdos de verano, aunque sea al lado de casa. Me encanta!

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